martes, mayo 23, 2006

Espejos

Todo esta oscuro. Demasiado oscuro, mas que de costumbre. Sus pasos son firmes como siempre. Conoce bien el camino. Lo ha recorrido ya una docena de veces. Llegar hasta la avenida principal, doblar a la derecha en la primera calle que la corta, 30 metros. Rejas negras, o tal vez blancas. Es una estructura imponente la mansión. Hace 3 meses que acepto el trabajo y todavía se sorprende cuando ve aquel lugar. Sus majestuosas rejas, sus imponentes columnas, su pintoresco tejado y su irreprochable aire medieval la mantienen como detenida en el tiempo. También su patrón pareciera estar detenido en el tiempo. Muchas veces bromeaba diciendo que pareciera que el pobre viejo bebía formol. La verdad es que el patrón tenia una personalidad un poco inusual. Quienes no lo conocen bien, no dudarían en tacharlo de excéntrico. Y con toda justicia. Nunca abría el la puerta, por lo menos cuando ella iba a trabajar a ese lugar. Los grandes portones así como también las pesadas puertas de madera, parecían abrirse por obra de fuerzas sobrenaturales. Un escalofrío se apodera de todo aquel que entre a ese lugar. Y ella no era la excepción. Cuando ella entraba, él, con un aire casi imperial, sosteniendo la pipa siempre apagada y con amaneramientos nobles, le mostraba su colección de espadas medievales, su biblioteca llena de obras antiquísimas, sus cuadros familiares y su impecable colección de vinos, además de darle extensas charlas acerca de cada uno de los objetos que le señalaba. Sin embargo una de las colecciones más extrañas de este señor, era su colección de espejos. Consistía en una sala llena con centenares de espejos, cada uno con su propia historia. El viejo afirmaba que todos sus espejos pertenecieron a grandes personalidades. Aseguraba tener espejos de Eduardo tercero, de Napoleon Bonaparte, de Voltaire, y hasta alardeaba de que uno de ellos perteneció el celebre alquimista Nicholas Flammel. No tardo en decir que aquel espejo, tal vez el más especial de su colección, tenia secretos ocultos. Ella nunca hizo demasiado caso a aquella inevitable introducción. Pensaba que se debía a la senilidad del viejo. Aun así, le era imposible negar que eran fantásticas colecciones. Las salas de aquella mansión eran muy amplias. Según su impresión, todas median lo mismo, con la excepción de algunas salas del sótano, que eran mas dispares en cuanto a sus dimensiones, y daban la impresión de haber sido mazmorras. Algunas, inclusive, tenían rejas y hasta cadenas con grilletes amuradas en la pared. Algunas veces pensaba que todo aquello era bastante tétrico. Todavía recordaba con lujo de detalles el día que encontró aquel aviso en el diario. Ofrecía quinientas mil libras esterlinas mensuales, por ayudar al viejo patrón a mantener sus colecciones en perfecto estado y a hacer tareas de secretaria. La verdad es que casi todas las veces su jornada laboral terminaba cuando el viejo, luego de detallar acerca de sus colecciones, se encerraba en un pequeño cuarto en el sótano y gritaba que lo dejen solo.
Algunas veces, tomaba una botella de whisky, se sentaba en su sillón preferido, y le dictaba una carta para algún familiar, amigo o conocido. Pero esta vez seria distinto. La oscuridad inusual de aquellas veredas era como un preludio, como una advertencia. Llegó
sin problemas. Entro. El viejo, estaba parado en la sala con la pipa apagada en su mano. Con la otra sostenía un vaso de whisky vacío, a la vez que la usaba para señalar los objetos de sus colecciones. Cuando llegaron a la sala de espejos, ella noto que las penumbras se habían apoderado de aquel lugar, que solía ser lucido y brillante. El viejo la invito a recorrer la sala, cosa que jamas había hecho. Estar allí dentro era extraño. Los espejos no devolvían la imagen intacta, sino que se presentaban con pequeñas aberraciones ópticas, que en algunos casos, hacían que la imagen retrucada al sujeto que se ponía delante del espejo sea totalmente irreconocible. Tardaron sus ojos varios minutos en acostumbrarse a las penumbras reinantes en aquel cuarto. Cada vez que enfocaba su mirada sobre algún espejo, tenia la sensación, y la percepción, de que el espejo la miraba. De que aquella imagen no era su propio reflejo, sino una suerte de entidad con voluntad propia. Estar en aquella sala era como entrar en una especie de estado hipnótico, era como entregar la voluntad y aceptar los sucesos sin ningún reproche. Los espejos, cada vez mas insolentes, le contestaban, le maldecían, le insultaban, y le aseguraban que jamas encontraría la salida. Ella, en algunos momentos, buscaba con desesperación al viejo, pero este, prudentemente, había permanecido fuera de aquella sala. No tardaba ella en salir de este estado de alerta, para entregarse de nuevo a las hipnóticas imágenes que le devolvían aquellos espejos. Gradualmente, las incongruencias de aquellos espejos con la realidad eran mas profundas. Le mostraban pasajes de su vida en fracciones. Le devolvían imágenes de su niñez, De su adolescencia, algunas imágenes eran confusas, Solo se veían maderas una al lado de la otra. Y mucha oscuridad. Huesos, un esqueleto humano, cada vez que ella avanzaba hacia otro espejo, las imágenes eran mas oscuras, mas mortecinas, mas mortuorias. Al mismo tiempo, Seres monstruosos e infernales aparecían del otro lado del espejo. Sus imágenes eran tan aterradoras, tan perturbadoras, que ninguna imaginación, por activa que fuere, se atrevería a crear. Algunos tenían un color pálido, con los labios negros y se podía ver como algunos pequeños gusanos se revolvían por un gran hueco en sus cavidades abdominales. El terrible hedor que empezaba a emanar de aquellas criaturas la sumergían en un estado de completa obnubilación. Su personalidad se trastocó de una severisima manera al encontrarse con tan oscuro espectáculo. Parecía haber perdido completamente la razón. Las figuras putrefactas que moraban dentro de aquellos demoniacos espejos, lanzaban los peores insultos, insultos que ni el mas cretino y pervertido de los humanos osaría siquiera pensar. Sus lenguas perecían haber sido concebidas en el mas terrible y degenerado de los infiernos. En un momento los insultos cesaron y Aquellas figuras comenzaron tener un dominio físico fuera de sus infames y reflectantes moradas. Algunos de los gusanos cayeron hacia el lado equivocado del espejo, viniendo a ocupar este plano dimensional, al tiempo que ella corría demente entre los cientos de espejos, coreando insultos, mezclándolos con canciones de cuna y con risas psicopáticas de las mas aterradoras. Al notar la invasión de aquellos asquerosos seres, ella tomo un puñado de gusanos y se los desparramo por la cara mientras reía demencialmente. El llanto, sin embargo, manaba con abundancia desde sus ojos.
Se empezaba a escuchar en ese momento, una risa maligna en segundo plano. Era la risa malévola del viejo, cuya imagen se apareció abruptamente en uno de los espejos. Fumando su pipa, ahora encendida y echando un humo con olor putrefacto que se escapaba del espejo. Su mirada era siniestra y diabólica. La risa ceso. Unas palabras resonaron por toda la sala:
- ya no saldrás, no hay oportunidad para ti. Ahora formas parte de mi colección.-
De repente ella noto que algo terrible ocurría, pero no tenia voluntad para resistirse. Su existencia se iba enmarcando, un ovalo de madera se hizo notar a su alrededor. Su movilidad se vio entonces reducida a aquel tirano marco. Extendía los brazos hacia fuera mientras intentaba gritar. Pero lo único que salía de su boca, era un inmenso caudal de moscas y un olor cadavérico insoportable. Una fuerza imposible de resistir hizo que sus brazos, hasta ahora extendidos, se retrajeran, y se limitaran al dominio del marco. Una pantalla de vidrio apareció frente a ella y así, su prisión estaba completa. Ahora miraba desde el otro lado, desde dentro del espejo. Su cautiverio seria perpetuo. Unos gusanos aparecieron y cayeron sobre su regazo. Rápidamente Comenzaron a devorar sus vestimentas, que se convirtieron rápidamente en mortajas ensangrentadas. Continuaron estos demoniacos seres comiendo su abdomen, mientras ella se convulsionaba de dolor. Sin embargo, no podía dejar de reír y de insultar. Sus facciones se trastornaron, convirtiendo su cara en una horripilante representación femenina del demonio.
Los gusanos ahí se quedaron, acurrucados y dormidos como adorables bebes. Dejo ella de reír, una mirada forastera y perdida se deposito en sus ojos, que así se quedaron. Sin embargo, quedo congelada en su rostro, una macabra y enfermiza mueca de risa. Afuera de este nuevo espejo, un pequeño cartel de bronce aparecía, con un titulo y un numero grabados:

N° 124 “Sonrisa Eterna”.

Así agregaba el viejo, otra magnifica pieza a su enfermiza colección.