viernes, febrero 02, 2007

Lo Blanco

Los últimos fulgores de la salamandra brindan un modesto y terminal calor, que apenas alcanza para mantener libre de sollozos a aquella fría alma.Inmóvil, sentado en su sillón de rojo terciopelo, con la mirada fija, como mirando mas allá de la pared que se erguía ante él, cavilaba profundamente, debatiéndose entre el sueño y la vigilia.Sus cavilaciones, puras y terribles, se completaban con fragmentos de sueños que arremetían hacia él constantemente.Nada de este mundo, ni de ningún otro, lo sacaría de ese estado. Oía dentro suyo los versos mas terribles relatando ancianas pavuras, mientras que implacables, querubes y demonios azotaban su consciencia. El humo espeso del incienso, dibujaba formas en el aire. Caprichosamente aremolinabase a su derredor, y trazaba líneas sin sentido, aleatorias, entre las cuales, por momentos, parecían poder adivinarse las siluetas de ángeles y demonios.El santo humo lo invadía todo, mientras la maquinaria axon - dendrita de aquel oscuro ente seguía fantaseando entre terrores inimaginables, cruzando pantanos de desdichas e infortunios, cruzando los lagos del olvido y luchando contra aterradores fantasmas que atacaban desde otros tiempos y lugares.Confortablemente vencido, planeaba el reposar así, esperando que la muerte lo halle. No tenia motivos ya para rebelarse ante la desdicha. Una sombra ya pronto seria, lo mismo que la sombra cenicienta de lo que antes ardía con furia y vida en la salamandra. Igual que el fuego que ahora agonizaba.Mas allá, parcos volúmenes reposaban en el escritorio, ancianos libros raídos y amarillos que sabían relatar la desdicha de tiempos ya idos, o las dichas que jamas llegaron. Aquellos donde quien hoy solo esperaba la muerte, había buscado sin éxito la calma.En su fantasía, ahora se preparaba para cruzar el lago. La inmovilidad subía con lentitud, mientras que bajaba la temperatura. Ni él tenia ya registro del tiempo que llevaba sentado, cavilando sobre la muerte.Ya faltaba poco. La luz oscura y blanca aparecía ahora frente a el, producto del capricho del humo del incienso. Extendió su mano para poder tocarla. Era tan fría... como una morgue. Una frialdad cadavérica.Mientras su visión se oscurecía, la luz brillaba mas y mas. Ya no había mas aire en la sala, era imposible respirar, era imposible arrepentirse. Jugueteo la blanca luminiscencia un rato por la sala caprichosamente, como danzando ritualmente a modo de preludio, o tal vez, de posludio. Acercóse entonces la luz hacia su pecho, y succiono el alma de aquel condenado. Un dolor profundo antes de que se detengan las funciones. Una terrible puntada entre las costillas, y un ultimo suspiro.Se alejo entonces la luz, con su bagaje de almas y condenas, casi como arrastrando cadenas.Quedo el cascaron de un hombre sentado entonces sobre el prolijo terciopelo, cubierto por escarcha y recuerdos.